Los pioneros del arte (Itosu Ankō, Yabu Kentsū, Hanashiro Chōmo, Funakoshi Gichin, Motobu Chōki, Kenwa Mabuni, por nombrar sólo algunos) tenían una idea muy diferente sobre el kata y el kumite. Leamos por ejemplo lo que escribió Funakoshi en su primer libro Tō-te Ryūkyū Kenpō, de 1922:

“El kumite no es una técnica específica, es más bien un método de entrenamiento de kata en el que dos contendientes simulan un combate real [實戦 / jissen]. Por lo tanto, si se han interiorizado los katas fundamentales [基本の型 / kihon no kata, aquí nos referimos a katas como Naihanchi/Tekki] [es decir, si se han entrenado correctamente las aplicaciones por parejas], será posible utilizarlos en situaciones de emergencia. Por lo tanto, [el kumite] es simplemente un uso del kata”.

 De nuevo, el maestro Funakoshi, en su folleto técnico por excelencia Karate-Dō Kyōhan, de 1935, escribió:
“El kumite representa un modelo [型] en el que se practican las técnicas defensivas y ofensivas ya aprendidas en los distintos katas, pero dentro de un contexto asimilado a situaciones realistas. No hace falta decir que el kumite no debe ser independiente y separado del kata, ya que cada kata se aplica en el kumite. Por lo tanto, sacrificar la práctica de kata por la práctica de kumite nunca debe ocurrir”.

El kumite es la expresión libre del kata. Por lo tanto, es importante estudiar cada kata en profundidad, extraer la aplicación y los principios tácticos, trabajar en parejas y desarrollar muchas variaciones. Una vez aprendidas las estrategias y los principios que el kata quiere transmitir, la práctica debe ser menos formal y el karateka debe ser autónomo en la aplicación del kata: las cadenas de la forma (kata) se rompen para dar espacio a las aplicaciones libres (kumite).

Por Matteo Muratori